miércoles, 24 de marzo de 2010

15. Habacuc


Fui sincera. Me dijo mi abuela tras decirme egoísta y otras cosas. Fue por el refrigerador que compré para mi nuevo departamento, supongo. El refrigerador de la casa de mi abuela tiene como 30 años, pero funciona. Es un Trotter sonoro y tembloroso como abuelo enfermo. Insisto que sus hijos, mis tíos, deberían comprarle un refrigerador y sacarle algunos detalles a la casa. Tienen dinero pero lo consumen en sus respectivas familias, departamentos y autos, mientras la casa de mi abuela se cae a pedazos. Egoistas. En efecto, cumplirán el año trayendo y llevando un valde con agua sucia de la cocina a la baño. La cañería de la cocina calapsó. Dos gasfiter les propusieron soluciones. Ni tan malas ni tan buenas. Le pasé dinero para arreglar el problema pues me había cansado de ver a una anciana de 80 años, encorvada, cargando una balde de agua a diario. Si no es mi abuela, mi madre. El orgullo les funciona cuando les ofrece ayuda. No, dicen tajantes. Los problemas son nuestros y nos los llevaremos a la tumba. Además de indolentes, son orgullosas.

Juzgar al resto es propio de ellas como de los miembros de mi familia. Todo lo que no está dentro de sus creencias, es malo. Ya dijimos que interpretan la Biblia a su modo. A estas alturas hablar de los desastres personales de otros creo que es un complejo de inferioridad de parte de ellos, un mecanismo de autodefensa. Ellos siempre reflejan correción ante otros, aunque no sea así en sus respectivas intimidades. Mi abuela está orgullosa de sus vidas, especialmente con la de sus hijos, no así con la de su hija, mi madre. Siente compasión por mi madre.


Antes me calentaba demasiado con esto, ahora, en cambio, no. Respiro y se me pasa, rápido. Sin embargo perdí la tolerencia hacia todo lo relacionado con los evangélicos. El hecho más extremo que observé con regocijo desde mi habitación, fue cuando mi tío, el pastor, anunció en su iglesia que se iba producir un terremoto en tal día y en tal hora. Estos pues lo escuchó en un congreso de pastores, a unos misioneros. Oportunistas por todo lo relacionado al terremoto que se produjo en Chile, en febrero de 2010. Bueno, mi tío anunció esto y el día aquel, de la catástrofe, un lunes, se reunieron con toda mi familia en la casa de mi abuela. Venía con velas, linternas y hasta flotadores. Todo para sobrevivir ante este castigo de Dios a la ciudad por el pecado creciente.
A las 21.15, hora fijada del terremoto, oraron. Dijeron que Dios perdonara la ciudad. Ellos se sienten intermediaros entre Dios y el hombre, de ahí su soberbia.
No pasó nada. Nada. Disfruté de su fracaso hasta que la hija de mi tío, una chica de 10 años, se puso a llorar porque no sucedió nada. Dijo que la iban a molestar en el colegio. No sólo ella iba hacer el blanco de burlas. Penoso.