lunes, 11 de agosto de 2008

3. El Levítico

¿Cómo llegó mi familia a ser extremista de la fe? Hay que remontarse a 1940. La familia de mi abuela había emigrado de Iquique a Antofagasta por asuntos económicos. El efecto de la crisis del salitre. Eran católicos relajados. Nada de misa dominical. La penitencia anual, como la mayoría de los católicos del Norte de Chile, era la Fiesta de La Tirana, al interior de Iquique. La leyenda de la Tirana cuenta del amor entre un conquistador español y una princesa indígena. Como en los cuentos infantiles, todas las princesas son bellas. En este caso la historia no sale de la norma. Se llamaba “Ñusta”, dominaba la pampa del tamarugal –cuando habían bosques de tamarugos, es decir en tiempos en que las mineras todavía no secaban las napas subterráneas- como una dictadora rica (en plata y cuerpo). Imagino a Jennifer López vestida con un traje sadomasoca culiando con Ben Affleck . Por eso la “Ñusta” aburrida de lo mismo, de los morenos, quedó deslumbrada con Ben. Así salvó al prisionero y quedó mal con su gente. Por amor al “Don”, la traidora de “Ñusta” se entregó a la religión de los conquistadores. Católica. Al final los indígenas mataron a “Ñusta” y su amado. La historia es conocida: los españoles al final masacraron a todos los indios del sur del Perú y norte de Chile. Perú y norte de Chile. Los indios sobrevinientes debieron convertirse al catolicismo, de lo contrario al infierno. De esta manera la historia de “Ñusta” fue un buen método de conversión. La teleserie con algo de realismo mágico –apariciones y cosas por el estilo- lo aplicó con éxito fray Antonio Rondon, de la real orden mercedaria, evangelizador de Tarapacá y Pica, entre 1540 y 1550. La fiesta de la Tirana nació por persuasión de Rondon. Hoy, 200 mil habitantes –aproximadamente- ocupan por 1 semana como mínimo y un mes como máximo el pequeño poblado.
La hermana mayor de mi abuela buscando un sentido quizás más profundo que adorar a una imagen de yeso, se encontró en calle Uribe de Antofagasta, con el templo de la iglesia Metodista. Ahí comenzó todo. Como un epidemia la religión de Juan Wesley se propagó por toda la familia de mi abuela, en ese tiempo: 3 hermanas y los padres. De una jarra con vino en el almuerzo se pasó a una jarra con agua.
Mi abuelo, antofagastino, hijo de la viuda de un veterano de la Guerra del Pacífico y con seis hermanos mayores, entró a la Iglesia Metodista, la iglesia del barrio, en busca de chicas y encontró a mi abuela. Ignoro si fue un amor fulminante, pero al poco tiempo mi abuelo pidió la mano de mi abuela y ambos se casaron en la Iglesia Metodista. No pasaban los 25 años. Para mi abuela -que hoy aborrece la imagen relajada de la juventud, a la que califica de alcohólica y drogadicta- después del matrimonio la vida se partió en dos prioridades y en este orden: 1. atender al marido 2.críar hijos. La iglesia, en su tercer lugar, entregaba las relaciones sociales. La primera en nacer fue mi madre en 1947. En 2008 la misión de mi madre, asignada por sus dos hermanos y claro por orden Dios, es cuidar a mi abuela hasta el fin de sus días. Mi abuela ya tiene 82 años, goza de buena salud, mantiene su lucidez y gracias a la pensión por la muerte de mi abuelo, alimenta a mi madre. De la suerte, de todos modos mala, de mi madre en la vida hablaré más adelante. Ambas creen en el paraíso, mi abuela más que madre pues noto que yo pongo dubitativa a mi madre por mi protodiscurso anti religioso. Todo es una maquinación de los hombres, mamá. La religión se impuso por la espada, mamá. La religión es un cuento cultural mamá, imagínese si fuéramos árabes, mi tío habría sido un talibán o algo parecido y tu tendrías que haber andado con un turbante. El hombre desciende del mono, mamá. Las que nombre son ideas básicas, pero efectivas. Mi madre no aguantaría un perorata de Carl Sagan y menos que le narrará la historia criminal del cristianismo de Karlheiz Deschner. Apostata, me diría.
Mi mamá tiene claro que me iré al infierno. Su imagen del infierno es la clásica: el diablo en medio del fuego esperando a los malos, pero los malos pueden arrepentirse en último segundo e irse al cielo. Pinochet se pudo haber arrepentido, claro está. Es decir como en el cielo no deben existir clases sociales tan marcadas como en Chile, mi mamá fácilmente se puede encontrar con Pinochet. Dios perdona al arrepentido.
Yo me quedo con la imagen del infierno la película Holocausto Caníbal. Cuando entramos a discutir la existencia del infierno, llega un punto en que ambos sentimos lástima por nuestros destinos.
Los metodistas, por lo menos, no eran tan metidos en la vida de uno. Dejaban ser aunque siempre estuvo presento el diezmo. Mi tío Augusto fue el responsable de llevar la religión al extremo.

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