La hermana mayor de mi abuela buscando un sentido quizás más profundo que adorar a una imagen de yeso, se encontró en calle Uribe de Antofagasta, con el templo de la iglesia Metodista. Ahí comenzó todo. Como un epidemia la religión de Juan Wesley se propagó por toda la familia de mi abuela, en ese tiempo: 3 hermanas y los padres. De una jarra con vino en el almuerzo se pasó a una jarra con agua.
Mi abuelo, antofagastino, hijo de la viuda de un veterano de la Guerra del Pacífico y con seis hermanos mayores, entró a la Iglesia Metodista, la iglesia del barrio, en busca de chicas y encontró a mi abuela. Ignoro si fue un amor fulminante, pero al poco tiempo mi abuelo pidió la mano de mi abuela y ambos se casaron en la Iglesia Metodista. No pasaban los 25 años. Para mi abuela -que hoy aborrece la imagen relajada de la juventud, a la que califica de alcohólica y drogadicta- después del matrimonio la vida se partió en dos prioridades y en este orden: 1. atender al marido 2.críar hijos. La iglesia, en su tercer lugar, entregaba las relaciones sociales. La primera en nacer fue mi madre en 1947. En 2008 la misión de mi madre, asignada por sus dos hermanos y claro por orden Dios, es cuidar a mi abuela hasta el fin de sus días. Mi abuela ya tiene 82 años, goza de buena salud, mantiene su lucidez y gracias a la pensión por la muerte de mi abuelo, alimenta a mi madre. De la suerte, de todos modos mala, de mi madre en la vida hablaré más adelante. Ambas creen en el paraíso, mi abuela más que madre pues noto que yo pongo dubitativa a mi madre por mi protodiscurso anti religioso. Todo es una maquinación de los hombres, mamá. La religión se impuso por la espada, mamá. La religión es un cuento cultural mamá, imagínese si fuéramos árabes, mi tío habría sido un talibán o algo parecido y tu tendrías que haber andado con un turbante. El hombre desciende del mono, mamá. Las que nombre son ideas básicas, pero efectivas. Mi madre no aguantaría un perorata de Carl Sagan y menos que le narrará la historia criminal del cristianismo de Karlheiz Deschner. Apostata, me diría.
Mi mamá tiene claro que me iré al infierno. Su imagen del infierno es la clásica: el diablo en medio del fuego esperando a los malos, pero los malos pueden arrepentirse en último segundo e irse al cielo. Pinochet se pudo haber arrepentido, claro está. Es decir como en el cielo no deben existir clases sociales tan marcadas como en Chile, mi mamá fácilmente se puede encontrar con Pinochet. Dios perdona al arrepentido.
Yo me quedo con la imagen del infierno la película Holocausto Caníbal. Cuando entramos a discutir la existencia del infierno, llega un punto en que ambos sentimos lástima por nuestros destinos.
Los metodistas, por lo menos, no eran tan metidos en la vida de uno. Dejaban ser aunque siempre estuvo presento el diezmo. Mi tío Augusto fue el responsable de llevar la religión al extremo.
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