martes, 2 de septiembre de 2008

5. El Deutronomio

Pentateuco se les denomina a los primeros cinco capítulos del Antiguo Testamento, donde está el incomprensible y absurdo Génesis; el cinematográfico Exodo con Charlton Heston y los Diez Mandamientos y el resto que con cierta atmósfera mágica y alienígena -¿Pan cayendo del cielo? Prefiero que caigan monedas del cielo- , tema que ha servido para el lucro de algunos escritores de poca monta.
El Pentateuco de mi infancia canuta concluye aquí en el Deutronomio, con la muerte de mi abuelo que fue o trató de ser como mi padre. Mi destino habría sido otro con él vivo. Tal vez hoy sería un laico importante del distrito metodista del Norte de Chile, con un trabajo estable y una mujer que me espera en la casa, cocine a mi gusto, planche mi ropa, y con hijos regordotes con gafas de carey –como yo en este período de mi vida- y una hija, la primogénita, cuyo destino final sea cuidar a su madre en su vejez.
A mi abuelo siempre lo vi hacia arriba. Tenía 10 años cuando murió, pero para ser exacto me duró hasta que yo tenía alrededor de 9 años y medio. Le detectaron el cáncer gástrico a sus 59 años, recién jubilado y con un proyecto de empresa contratista andando. Si es por plata, con la jubilación y empresa contratista ganaría el doble. El cáncer dijo no. Basta.
Mi abuelo estaba feliz de ser antofagastino. Sentía pasión por la ciudad que se puede graficar cuando siguió al equipo fútbol, en aquel entonces Antofagasta Portuario, a Quillota. El Antofagasta Portuario se tituló campeón de la actual Primera B. Me contaba con orgullo la historia de que mi bisabuelo participó en un batallón en la Guerra del Pacífico que le disparaba desde la costa al Huáscar. Mi bisabuelo llegó viejo a Antofagasta y concibió a mi abuelo cuando tenía 60 años. Mi abuelo fue el menor de 7 hermanos. Mi bisabuela quedó viuda con mi abuelo de 5 años. La historia de los 7 hermanos es como la antítesis de la de José, que aparece en el Génesis. A diferencia de José que sus hermanos mayores lo vendieron por celos y rivalidades, a mi abuelo lo cuidaron y lo educaron. Y ninguna de sus hermanos profesaban religión, más bien eran católicos dispersos. El sacrificio de sus hermanos derivó en que mi abuelo fuera el único profesional de la familia. Se graduó de contador.
Lo del cáncer sucedió porque en su infancia mi abuelo bebía, como todos en Antofagasta, agua potable que nunca fue potable. Hasta finales de los años 60, el agua de Antofagasta tenía altos índices de arsénico. No llegaba bien filtrada a la ciudad. Tomar agua, como ahora es fumar, era matarse un poco. Mi abuelo bebió mucha agua, al parecer.
Lo más raro que es mi abuelo no bebió alcohol ni en su vida ni fumó cigarros. El vecino de mi casa, un viejo con piel de buitre, murió de cirrosis. Según la religión, no es bueno para el espíritu beber ni fumar. Todo iba bien. Mi abuelo era un hombre sano que no iba al doctor, aunque siempre después de almuerzo tenía flatulencia. De tantos flatos y quizás dolores estomacales decidió ir al médico. El diagnóstico fue lapidario. Le dieron nueves meses como a las embarazadas. Duró un año y medio.
Mi mamá, mis tíos y mi abuela nunca me dijeron que mi abuelo se moría. Recuerdo que cuando llegó de Santiago –donde le abrieron y cerraron el estómago sin ninguna solución- venía transformado casi en un etiope. En ese momento estaban de moda el drama de la desnutrición en Etiopía. Cuando lo vi, yo lloré e hice llorar al resto de mi familia. Ahí presentí que venía algo malo. Ahí presentí que cambiaría mi destino.

No hay comentarios: